Ejercicio profesional

El traductor intruso

Como licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Alicante y tras casi seis años de ejercicio profesional como traductora autónoma a tiempo completo, me considero en disposición de afirmar con rotundidad y conocimiento de causa que estudiar Traducción e Interpretación no es, ni mucho menos, imprescindible para ser traductor (un buen traductor). No quiero decir con esto que me arrepienta de haber elegido esa carrera universitaria; al contrario: estoy contenta de haber cursado estudios de Traducción y creo que tener en tus manos un título universitario que avale tu formación en ese campo puede ser una ventaja de cara a los clientes y allana el camino laboral, porque te proporciona una buena base (si bien no toda la que debería o podría) a partir de la cual evolucionar, mejorar y ejercer la profesión de traductor de manera satisfactoria. Sin embargo, no nos engañemos: esa no es la única vía de acceso a la profesión, no es el único camino válido, y quizá ni siquiera sea la mejor opción.

Mucho se ha hablado y debatido sobre la necesidad de crear un colegio de traductores. Pero ¿para qué serviría realmente un colegio? ¿Qué haría un colegio que no puedan hacer ya las asociaciones de traductores? ¿Cuáles serían los requisitos para colegiarse? En mi opinión, y sin ánimo de ofender a nadie (porque sé que hay colegas a los que respeto que no comparten mi opinión), el afán de crear un colegio parece más propio de alguien que no sabe sacarse las castañas del fuego y quiere que otros lo hagan por él, igual que el niño que acude a su madre en busca de protección y defensa porque otro niño le está pegando o insultando. Cuando se aboga por la creación de un colegio de traductores se está apoyando básicamente la instauración de una entidad que, por un lado, fije unas tarifas oficiales de obligado cumplimiento (cosa que, de todas formas, no es posible dada la legislación actual) que nos ahorren el esfuerzo de tener que buscar clientes que estén dispuestos a pagar el precio que nosotros mismos fijamos por nuestros servicios, y, por otro lado, que impida que los «intrusos» accedan a nuestra profesión.

Y he aquí el quid de la cuestión: ¿realmente existe el intrusismo en traducción? En otras profesiones más reguladas en las que los estudios universitarios son la única vía de acceso a ellas por la formación tan especializada y compleja que imparten (medicina, abogacía, arquitectura…), puedo entender que se hable de intrusismo, pero en una profesión tan liberal y flexible como la traducción, con una titulación universitaria tan reciente, con tantos caminos de acceso y tantas formas diferentes de adquirir los conocimientos y las destrezas necesarios para ejercerla con garantías de calidad, ¿realmente hay intrusos? Yo creo que simplemente hay buenos y malos traductores. ¿Qué es un traductor intruso? ¿El que no es licenciado en Traducción e Interpretación? ¿El que hace mal su trabajo? ¿El que cobra dos céntimos por palabra? ¿El que trabaja en la economía sumergida? Porque hay traductores magníficos que no han pisado nunca una facultad de traducción (ni falta que les hace), que son buenos en su trabajo y pagan religiosamente sus impuestos, y licenciados en Traducción e Interpretación que hacen trabajillos mediocres en negro por tarifas misérrimas. ¿Quién sería el intruso en este caso?

Tengo la impresión de que la palabra intrusismo tiende a estar en boca de recién licenciados que temen no poder abrirse camino en el mercado de la traducción y recelan que otros ocupen el puesto que ellos, como licenciados, deberían estar destinados a ocupar. En definitiva, es una palabra que suelen pronunciar aquellos traductores que no saben cómo encontrar su hueco en el mercado, cómo posicionarse por sus propios medios. Sin embargo, yo creo que ningún buen traductor, ningún traductor profesional, debería tener miedo de que un mal traductor, un traductor de andar por casa, le quite trabajo. Esos «intrusos» no son individuos a los que haya que temer, por una razón muy sencilla: el propio mercado ya se encarga de expulsar a los malos profesionales, pues ningún cliente querrá contratar sus servicios. Y si hay clientes que prefieren recurrir a ellos por el motivo que sea (el precio, por ejemplo), tampoco veo razón para preocuparse: seguramente sean clientes que buscan algo que yo no puedo o no quiero darles y con los que, por tanto, no me interesa trabajar.

Así que no temáis, amigos y compañeros, que el mundo es grande y en el mercado de la traducción hay, creo yo, lugar para todos: para los que ejercemos nuestro trabajo con profesionalidad y diligencia y para los «intrusos» chapuceros. Pensad dónde queréis estar y utilizad todas las herramientas a vuestro alcance para posicionaros en ese nicho de mercado. Siempre será mejor emplear vuestro tiempo en encauzar vuestra carrera que en quejarse de los «intrusos».

68 comentarios en “El traductor intruso”

  1. Hola Isabel! He encontrado el blog y me están gustando los artículos. Lástima que ya no sigas escribiendo 😦 El estilo de tus artículos de traducción es de lo más ameno en el panorama online. Felicidades de corazón.

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  2. Hola a todos,

    Quisiera agradecer a Isabel la oportunidad que nos ha brindado de poder exponer una cuestión tan interesante y delicada de tratar, a su vez. (te sigo desde ya mismo :-))

    Soy traductora jurada de inglés y llevo muchos años visitando notarías con clientes. A lo largo de todo este tiempo he podido trabajar con muchos profesionales y no tan profesionales, independientemente de la titulación.

    Debo decir que en mi carrera he tenido la fortuna de conocer a personas perfectamente capacitadas, profesionales como la copia de un pino, aunque no cualificados, es decir, sin titulación (que no formación, porque considero que la verdadera formación es en gran parte aquella que se procura uno mismo) que me han aportado mucho, de las que he aprendido y a quienes siempre estaré agradecida.
    Por contra, he visto (cuando digo «he visto» quiero decir eso mismo, que he estado presente en sus actuaciones, a su lado) actuar a personas muy poco profesionales. Pero muy poco.
    Como bien dice Isabel, la titulación en estos casos pasa a un segundo plano. He visto ejercer muy bien sin titulación y de pena, en mi opinión, con un título por bandera. Y no solo a traductores.

    Para mí el intruso es aquél que ofrece un servicio profesional cuando la realidad de su labor dista mucho de serlo, con independencia de la existencia o carencia de titulación.

    Aquél que se muestra capacitado para ejercer una función en calidad de profesional es quien por los medios a su alcance, sean los que fueren, ha conseguido el nivel de capacitación requerido por la actividad y demuestra sobradamente experiencia y profesionalidad (incluyo aquí a la figura del autodidacta, entendiéndolo como el que aprende y experimenta con recursos de forma autónoma, no el que ve, copia o cree copiar y por tanto, es, o mejor dicho, cree ser).

    Por tanto, aquél que vende lo que no es, cuyo ejercicio no está a la altura de los requisitos de un mercado coherente (huelga decir que aquí nadie es idiota, ni clientes ni profesionales, todos sabemos cuando algo se queda en mediocre), acabará siempre en tierra de nadie, y forzosamente abocado al fracaso, El mercado acaba escupiendo lo que no puede digerir.

    Antaño fui de las que abogaba por la creación de un colegio de traductores. Con el paso de los años, me he dado cuenta de que podría no ser tan necesario, de hecho tengo algunas consideraciones al respecto (por supuesto discutibles :))

    1) si la creación de un colegio obedece a la razón de defender a los profesionales de estos «ataques», considero que ni hace falta ni es menester. Tenemos las armas adecuadas para defendernos solos. Muchas veces, no tenemos ni siquiera que defendernos. ¿De qué? No pueden hacernos daño, es posible que tan sólo nos dibujen una mueca de ironía en el rostro..

    2) si los colegios contribuyen con sus reglamentos a aumentar la burocracia y elevar barreras en gestión y tramitación, no serán positivos.

    3) un colegio que defiende el derecho al ejercicio profesional, entendiendo como tal el resultante de emplear todos los medios aceptables y legítimos, y las herramientas al alcance de los profesionales, con o sin titulación; que fomenta la realización de cursos, debates, congresos y demás actividades en condiciones equitativas para todos sus miembros (es decir, que tenga en cuenta las distancias a recorrer hasta la sede de dichas actividades); ofrezca orientación en cuanto a márgenes de tarificación aceptables y razonables, para evitar tipos desparatados al alza o baja (pienso que imponer una tarificación fija no tiene sentido porque, como bien han comentado algunos compañeros, esta profesión es muy flexible); podría bien ser una buena asociación, de modo que realmente, no dista tanto de lo que tenemos.

    Siento haberme alargado un poco, he acabado emocionándome 🙂 Jeje.

    Diría que hay dos tipos de traductores: los «traductores profesionales» y los «traductores».

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    1. Hola, Noelia:

      Muchas gracias por exponer tu opinión y contarnos tu experiencia. Coincido punto por punto con todo lo que dices; no puedo añadir ni una coma. 🙂 ¡Gracias por dejarlo tan claro!

      Un saludo,
      Isabel

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  3. Llego tardísimo, como siempre, con lo que probablemente repita lo que otros han podido decir antes.

    Para mí, el traductor intruso es aquel que va dejando pufos allá donde pisa y que el libre mercado (en teoría) acaba destruyendo. Igual estafa a un cliente un par de veces hasta que este se da cuenta del destrozo. Entonces tiene que buscarse otro, y otro, y otro, dejando desolación tras de sí. Tarde o temprano, el boca a boca funciona: «¿este sabes quién es?» o «cuidado con Pepito, que te la lía», aunque no existan esas míticas listas negras de proveedores, supuestamente compartidas entre empresas. En principio el libre mercado implica competencia y supervivencia del más fuerte, con lo que este intruso debe acabar expulsado del mercado. En principio, claro, que por algo ahora estamos en una crisis financiera donde muchos iban soltando pufos hasta que ha reventado todo.

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    1. Opino lo mismo que tú, Jordi: que el mercado ya se encarga de expulsar a los malos profesionales. Y si no los expulsa porque hay clientes dispuestos a trabajar con esos malos profesionales, allá ellos.

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    2. Jordi: efectivamente entre las empresas no circula ninguna «lista negra» formal, pero sí hablamos entre empresas amigas, que no somos pocas, y comentamos los casos «especiales» con traductor relacionados con plazos, poca seriedad, mala calidad y capacidad de reacción ante los problemas, al igual que hacen los traductores sobre empresas y agencias. De hecho, esas referencias yo las tengo guardadas en un archivo de uso personal en mi empresa.

      En definitiva, efectivamente el mercado pone a cada uno en su lugar, sí o sí: es cuestión de tiempo.

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  4. Esto de las tarifas, además, es un tema complejo. Las tarifas que practicamos en Europa serían impracticables en América Latina, la vida tiene otro coste allí, la producción también. Cada vez que veo a alguien hablando de los intrusos que destruyen el mercado me quedo pensando si no hay alguien que cobra el doble que ellos y que piensa que son ellos los que destruyen el mercado. Yo creo que el problema no es si las tarifas son altas o bajas porque eso es relativo, el problema es si esas tarifas sostienen financieramente la actividad económica de un profesional o no. Porque si no lo hacen eso es dumping de servicios. Difícil de probar y medir, pero en esencia no es otra cosa.Si mis tarifas mantienen mi negocio a flote y me pagan la vida que yo quiero, son buenas, y seguro que a alguien le parecerán muy bajas y a otros, muy altas.
    Me hace gracia que hay quien se atreve a publicar en blogs y forums sus criterios sobre tarifas dando números, ejemplos concretos de lo que considera una tarifa «justa». Gente de la que dice que los intrusos están «destruyendo el mercado», y cuando veo sus tarifas me doy cuenta de que cobran la mitad de lo que yo. Seguro que en Oslo, un traductor tiene que cobrar el doble que yo para vivir y trabajar allí. Estoy muy de acuerdo con Isabel en que hay que meterse en la cabeza que el mercado de traducción es global y no local. Yo no tengo ni un cliente en la ciudad en que vivo.

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    1. Qué reflexión tan interesante y qué bien planteada, Moisés. Coincido contigo en que las tarifas no son ni altas ni bajas, ni justas ni injustas por sí mismas, sino que depende de los costes de la actividad profesional, de nuestro nivel de vida y del mercado en el que nos movemos, aunque hay límites por debajo de los cuales es muy difícil mantener el negocio a flote y vivir decentemente en España.

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  5. Hola a todos.
    Yo no creo en colegios, asociaciones ni estructuras burocráticas salvavidas. Proteger los intereses del gremio es un objetivo que se les va a olvidar a los dos días, cuando se elija un presidente y existan diferentes grados de acceso al lobby montado. Coincido con los comentarios anteriores de que cada uno debería escoger las asociaciones que mejor se ajusten a su caso individual y participar en ellas para el bien propio y de la comunidad. Como en cualquier profesión hay asociaciones mejores y peores y gente decente, y no tanto, trabajando en ellas. Darles más poder para que regulen algo me parece un absurdo bestial en un mercado totalmente global como es el nuestro. El día que un colegio regule la actividad se van los clientes a la India y a China y nos enteraremos además de que los más «ilustres» del colegio son consultores o accionistas de las empresas de esas regiones que no se preocupan tanto por colegiarse.
    NO creo en traductores intrusos, ahí estoy muy de acuerdo con el post que nos ocupa. Conozco mucho mediocre con diploma universitario y mucho traductor extremadamente profesional que se ha profesionalizado por otras vías que no la académica. Coincido con la persona que comentaba antes en que, a excepción de profesiones cuyo impacto en la sociedad tenga riesgos muy directos sobre la salud y seguridad pública, no hace falta tanta regulación.
    Si el cliente se siente feliz con una traducción barata y mediocre, el problema es suyo y de la sociedad que consume el producto informativo. Para resolver nuestros problemas tenemos que encontrar clientes diferentes, preocupados con su comunicación, no imponerles a algunos la calidad. Tenemos que convencer con un servicio que tenga, además de la calidad que le vemos como comunicadores, impacto en la actividad del cliente que nos contrata. Hay que hacerle ver eso al cliente. El mejor abogado del mundo, con 15 diplomas, sino me saca de apuros cuando lo necesito, me pierde como cliente. Seguro.
    Isabel, me encanta tu blog. 😉

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  6. ¡Hola!

    Tal y como lo planteas, sí que es verdad que quizá no haya intrusos como tal en nuestra profesión. No obstante, lo que sí fastidia mucho es que cualquier persona que «sepa» inglés ya se crea capaz de traducir y que encima haya gente que contrate a este tipo de «traductores». Pero, como bien dices, al final el propio mercado expulsa a la gente incompetente, sean «intrusos» de este tipo o traductores con titulación mediocres.

    Un saludo. 😉

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  7. Luego de ser traductora en el Negociado de Traducción del Tribunal Supremo de Puerto Rico, de realizar una traducción de la obra completa de Charles Baudelaire para la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, y de traducir mis propios escritos de sobre artes plásticas en calidad de Curadora del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, afirmo que no es necesario estudiar traducción, sino mejorar el conocimiento de las lenguas desde las cuales o hacia las cuales se traduce. Hace falta dedicar muchas horas a la lectura de textos diversos —desde textos eruditos o especializados, hasta revistillas faranduleras— en diversos idiomas para mantener frescos los lenguajes de trabajo. Yo tenía ya unos 15 años de experiencia en traducción cuando decidí matricularme en el Programa Graduado en Traducción (lo que acá se conoce como «maestría» o MA), y completar ese grado, y confieso que me divertí durante mis estudios, pero las clases eran más simples de lo esperado, y jamás las tareas fueron tan retintes como las que yo solía hacer en mi trabajo profesional como traductora. El mundo es cruel, y ama el talento y la rapidez. La academia es tolerante, dirigida al estudiante promedio, y demasiado laxa con la entrega de ejercicios y tareas. Los estudios de traducción en nada se parecen al mundo real, de modo que no preparan a una para encarar el rush, la caprichosidad de los clientes o los retos léxicos que enfrenta una cada día en la vida real. Como soy profesora universitaria, pude dar clases en ese Programa de Traducción, y me di cuenta de que los estudiantes resentían que les pidiera trabajo según las mismas exigencias de tiempo de entrega y perfección que exige un cliente real. Decidí no seguir dando clases…

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  8. Hola Isabel:

    ¡Acabo de descubrir tu blog y quiero decirte que tendrás una lectora más!

    Esta entrada acerca de los intrusos me ha interesado mucho pues yo soy uno de ellos. Por ser hija de diplomáticos y para poder sobrevivir en cada país al que llegábamos, tuve que aprender varios idiomas. Nunca quise estudiar traducción (que era la opción más lógica según todos los que me conocían) y por rebeldía elegí psicología. Ahora no sé si me arrepiento de mi arrebato juvenil ya que en cuanto entré al mundo laboral, la verdad es que no importó ni mi puesto ni mi profesión, ¡me pusieron a hacer traducciones! Y así llevo 5 años y cada día amando más la traducción. Para dejar de sentirme como esta intrusa que muchos de los profesionales de carrera desdeñan, acabo de iniciar un certificado de traducción de la U. de California. Pero me pregunto si me ayudará a sentirme más parte del gremio…Tu entrada ha sido una de las primeras y pocas que he leído en donde no me he sentido «rebajada» por no tener la carrera. Agradezco tu sana reflexión y este debate que has suscitado.
    Berenice

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  9. Yo creo que si hay alguien intruso en el mundo, ese es el traductor: un señor o señora que lee cosas en un idioma que en muchísimas ocasiones le pillan muy de lejos, o que directamente le son ajenas, y las escribe o dice en otro idioma. Más intruso no se puede ser. Dejado de lado el hecho de que todos los traductores somos —y estamos obligados a ser—intrusos en todas aquellas disciplinas cuyos textos traducimos, lo importante es que se traduzca bien y que se nos remunere adecuadamente. Que uno haya estudiado TeI y diez másteres en traductología o que haya aprendido de manera autodidacta, equivocándose y enmendándose durante años, o que el don de traducir como Dios le haya sobrevenido por inspiración divina, da exactamente igual. Malos traductores los habrá siempre, caros y baratos. La cuestión es que los clientes le escojan a uno y que uno sea capaz de garantizar calidad y de cobrar por ella el precio que considere adecuado. Si un colegio sirve para proporcionarnos eso, bienvenido sea. Pero, francamente, lo dudo.

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  10. Hola, Isabel: servidor es un «intruso», ya que accedió al mundo de la traducción por imperativo empresarial. 🙂

    Mi padre tenía una empresa de opto-electrónica de alta tecnología que importaba equipos de Alemania Oriental. Los manuales técnicos venían traducidos por alemanes o rusos que habían aprendido español en Cuba o en Rostock, así que te puedes imaginar la calidad. Como no era de recibo vender esos equipos que, en ese tiempo costaban un riñón y parte del otro con un manual similar a las traducciones automáticas del chino xuanés, comencé a traducirlos del alemán «al español inteligible». Y, como le agarré gustillo al asunto, fui derivando de la ingeniería a la traducción y hasta ahí puedo leer…

    Respecto a la creación de un Colegio, a mi me parece necesaria, no tanto para defendernos de la libre competencia, sino de los ataques confiscatorios de ciertas organizaciones como, por ejemplo, el residuazo del Ayuntamiento de Barcelona en tiempos de Hereu o de los afanes robatorios – perdón, quise decir recaudatorios – de ciertas entidades de derechos de autor, entre otras manos negras que circulan por este mundillo.

    PD: Después de «er traducto a la sombra», «er traducto quejica», «er traducto intruso» y «er traducto que me he olvidao»…¿me pregunto cual va a ser el próximo epíteto que nos vas a ajdudicar a los traductores? 🙂

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    1. Hola, Pablo:

      Sobre los ataques recaudatorios de ciertas entidades no me voy a pronunciar; tan solo diré que seguramente hay otras formas de defenderse de ellos más eficaces y prácticas que la creación de un colegio de traductores.

      Por cierto, ya estoy pensando en cuál será el próximo espécimen de traductor que pondré en el punto de mira. Creo que va siendo hora de que le dedique una entrada al traductor triunfador, para inspirarnos un poco. 😉

      Saludos,
      Isabel

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  11. Yo soy de las defensoras del colegio por varias razones. Una de ellas es precisamente por lo mismo que tú dices, que hay otras profesiones para las que sí se requiere tener una carrera «por la formación tan especializada y compleja que imparten». ¿Quiere eso decir que aprender a escribir bien, aprender una cultura, aprender una especialización (ya sea esta medicina, abogacía o fotografía, o cocina) no es digno de merecer cierta restricción solo porque seamos traductores y no abogados? Estoy de acuerdo con muchos que un abogado seguramente traduzca mucho mejor un texto que un traductor con carrera de Traducción pero, al fin y al cabo, la importancia del texto meta es que se entienda, y el abogado lo mismo lo traduce, pero no lo expresa bien. Lo ideal es que haya una mezcla de ambos: que el abogado reciba formación sobre cómo escribir correctamente un texto y el traductor reciba formación sobre Derecho. Y ahí es donde creo que algo de regulación vendría muy bien a esta profesión. Y, qué conste, que también estoy de acuerdo en que hay muchísimos traductores con carrera de Traducción que escriben muchísimo peor que gente con carreras de ciencias. No estoy defendiendo eso, sino el hecho de que entiendo por lo que se ha dicho que parece que un abogado es mejor traductor que un traductor que se ha especializado en derecho, solo por el hecho de que el abogado trabaja en ello, a pesar de que el resultado sea un churro. Yo me quiero centrar en el hecho de que deberían buscarse «un término medio» para ambos casos.

    Además, también añado que no hace daño a nadie que alguien que lleve 20 años como abogado le hagan estudiar cuatro clases de redacción y edición de textos, por la misma razón que a nosotros, los traductores, nos viene bien también. Es decir, no digo que el abogado sea menos capaz que el traductor, sino que en ambos casos se pueden encontrar formas de filtrar: en el caso del abogado, haciéndole una prueba de expresión escrita, ya que la parte teórica del derecho ya se la sabe (en teoría), y al traductor haciéndole una prueba de «abogacía», como ya se realiza para conseguir el título de traductor jurado. Pero, es que, ¿por qué no se hace lo mismo para el resto de especialidades? ¿Por qué solo pasa con los traductores jurados y no con los traductores médicos, informáticos, científicos, etc.? Es eso lo que no entiendo. Y creo que haciendo algo así, se evitaría mucho esos problemas de muchos por intentar meterse donde no les llamen.

    Tampoco veo ninguna locura que si se llegase a crear un colegio de traductores, se hiciese algún filtro de entrada, como por ejemplo exigir tener un título relacionado con la traducción (bien sea TeI, un máster o lo que sea) o bien poder demostrar cierto número de años trabajando como tal. Yo no lo veo tan locura. Al fin y al cabo, puedes hacer un máster en un año, y seguro que aprendes algo. Pondré otro ejemplo, si queréis. Me contó una amiga que su padre había trabajado toda la vida como topógrafo y que, tras 20-30 años trabajando como eso, crearon el colegio de topógrafos y obligaron a todos a tener una titulación al respecto para poder trabajar como tal. El padre de mi amiga no se lo pensó dos veces y, a pesar de que sabía muchísimo más que muchos que a lo mejor tenían carrera y llevaban unos cuantos años trabajando, se sacó el título. ¿Qué hay de malo en ello?

    Ahora bien, dices que el colegio de traductores restringiría demasiado la profesión, que tendría demasiada burocracia o qué puede hacer el colegio que no hagan las asociaciones. Para mí, puede hacer mucho más que todo eso y es la centralización de todo. Ahora mismo pertenezco a dos asociaciones de traductores: Asetrad (porque traduzco al español y soy correctora) y APTIC (porque también trabajo con el catalán) y, debido a que soy traductora audiovisual principalmente (por los videojuegos), y a que hace poco han creado una asociación de traductores audiovisuales, quiero hacerme socia también de ATRAE. ¿Por qué tengo que repartirme en tres asociaciones cuando podría hacerlo todo en una? La cantidad de asociaciones que hay en España va en aumento, y llegará un momento en que no sabremos a cuál asociarnos. ¿No creéis que sería mejor que los esfuerzos de todas esas personas se uniesen en uno solo? Si no lo queréis llamar colegio, llamadlo «Asociación de asociaciones». Otra cosa que me preocupa de las asociaciones españolas es que se conocen muy poco en el extranjero. Hace unos meses, un cliente me pidió «certificación» de que trabajaba como traductora, y le dije que si no le bastaba con el Título, y me dijo que no, que tenía que darle el nombre de una asociación, y les dije que no había ningún problema y que era socia de DOS asociaciones en España, y les di los nombres y los enlaces a los sitios web. Me dijeron que no las conocían, pero que si eran asociaciones, ya les bastaba. Toda esta conversación la tuvimos por correo, y en mi firma tengo puesto que soy socia de Asetrad y de APTIC. Casi pondría la mano en el fuego a que si hubiese pueso ATI o ITI, ni me lo habrían pedido.

    Por último, he comentado ya en varias de las discusiones que se han hecho sobre esto que, para mí, intrusista no es el que lo hace sin tener la carrera de traducción, sino el que trabaja como traductor aceptando tarifas que perjudican a la industria en su totalidad, ya sea alguien que trabaja de otra cosa y quiere traducir «en sus ratos libres» por hacer algo, como aquel que prefiere cobrar a 3 céntimos y currar 12 horas al día para poder llegar a fin de mes. Porque por la misma razón que tú y que yo le diremos que no al que nos ofrezca 3 céntimos, si todos dijésemos que no, ese de 3 céntimos aceptaría 5. Pero ya no es solo esto. El problema viene cuando es el propio traductor el que oferta sus tarifas como 3 céntimos (a mí me han llegado correos así). Ese, para mí, es el intruso, y no aquel abogado que ama la lengua y conoce mucho inglés y decide ser él mismo el que traduzca sus contratos, asegurándose de que el resultado final es de calidad. Y creo que merece la pena lo de encontrar algo que dé algún tipo de regulación, solo por conseguir que esta gente no nos perjudique a todos, porque sí, nos perjudican, aunque siempre podamos decir que no, porque da la imagen de que cualquiera puede hacer esto y también da pie a que haya más Seprotec y ALS rondando por el mundo.

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    1. Yo creo que todo es mucho más fácil que eso, Curri:

      – El cliente serio buscará un traductor serio.
      – El cliente chapucero buscará un traductor bueno, bonito y barato o, en su defecto, uno que por lo menos sea barato aunque no sea ni bueno ni bonito.
      – El cliente serio que sin quererlo se encuentre con un traductor chapucero presincidirá de sus servicios la próxima vez que necesite una traducción y recurrirá a otro profesional.
      – El traductor que quiera vivir de esto sin ser esclavo no tendrá más remedio que cobrar tarde o temprano unas tarifas decentes.
      – El traductor serio se verá obligado tarde o temprano a cobrar unas tarifas decentes si quiere ofrecer un servicio de calidad.
      – Un colegio puede regular lo que le dé la gana dentro de España, pero nada puede hacer para evitar que los clientes recurran a traductores de fuera o que los traductores de fuera, cualificados o no, ofrezcan sus servicios a clientes españoles.
      – De nada me sirve colegiarme en España si la mayoría de mis clientes son extranjeros y ni saben ni les importa si existe un colegio de traductores. Lo que valoran es que hago bien mi trabajo, y punto.

      Conclusión: el mercado de la traducción, como el de cualquier otro bien o servicio, se rige por la oferta y la demanda y pone a cada uno en su sitio sin necesidad de colegios ni medidas proteccionistas. Creo que Darío lo ha resumido muy bien: «Malos traductores los habrá siempre, caros y baratos. La cuestión es que los clientes le escojan a uno y que uno sea capaz de garantizar calidad y de cobrar por ella el precio que considere adecuado».

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      1. Estoy de acuerdo con todo lo que dices, y se resumen en lo que ha dicho Darío y en lo que dije yo también: al fin y al cabo, tú eres el que aceptas la tarifa y el trabajo. Mi problema no está con el que lo hace bien ni tampoco con los clientes que les da igual y buscan a un traductor chapucero. MI preocupación viene cuando todos aquellos que, simplemente, no saben, porque no conocen. ¿Qué pasa cuando hablamos de aquel cliente que, simplemente, no conoce la industria y se encuentra primero con un traductor chapucero, no se da cuenta de que es chapucero, y se cree que los precios que este traductor le ofrece son los normales? Porque yo misma me he encontrado con clientes que me dicen que si les digo 5 céntimos o 20 por palabra, les da igual, porque no saben lo que es lo normal. Si a ese primero le cobras primero 3 céntimos por traducir a un idioma que el cliente no conoce, lo aceptará y, si nadie le dice nada, pensará que esa traducción le ha salido buena, bonita y barata. Pero luego necesita una traducción al español, y llego yo y le digo: «no, que son 8 céntimos por palabra». ¿Qué creéis que ocurrirá? Seguramente, por mucho que yo le haya convencido de que la calidad se paga, seguirá teniendo como referencia al primer traductor. Sin embargo, si es un cliente como el que he dicho antes, seguramente aceptará cualquier cosa que le venga detrás.

        Pero sí, sigue siendo mi problema y mi único problema aceptar la tarifa final o no, pero repito: estoy cansada de tener que demostrar lo que valgo. Creo que ya va siendo hora de que uno de los oficios más antiguos del mundo tenga algo de reconocimiento. Si, para ello, es necesario crear una asociación que nos englobe a todos, pues bienvenida sea.

        Otra cosa, el colegio (o lo que sea) no nos podrá «salvar» de los clientes extranjeros, pero sí que creo que puede ayudarnos a estar informados. Yo no me he asociado a ninguna asociación hasta hace dos años y medio. Antes de eso, simplemente vivía en la ignorancia. Y, como yo, estoy segura de que hay muchísimos licenciados que no saben por dónde les caen las tortas. Una buena solución sería que toda esta información se diese en la universidad, incluso que les «obligase» a los alumnos a asociarse, pero no todo el mundo ha tenido la suerte de tener un profesor o unos profesores que les hablen de la vida real, más que nada, porque muchos profesores no han pasado por «la vida real» del traductor.

        Es muy fácil decir «no aceptes las tarifas», pero cuando se es novato y no se tiene información y no sabes dónde buscarla, no es tan fácil. Si no, no estaríamos constantemente en las listas de distribución, en congresos, en blogs diciéndoles a los que empiezan que no se dejen engañar.

        Por supuesto, es mi opinión y es mi forma de ser. A lo mejor tú has tenido mucha más suerte y no te ha costado tanto que los clientes acepten las tarifas que les das. Yo no. y, como yo, hay mucha gente. Y si fuese como dices, los traductores literarios estarían traduciendo también a 8 céntimos por palabra, cuando sabemos que no es así.

        Qué conste que no te lo dirijo todo a ti. Simplemente estoy intentando exponer «el otro lado de la cama» 🙂

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        1. «MI preocupación viene cuando todos aquellos que, simplemente, no saben, porque no conocen. ¿Qué pasa cuando hablamos de aquel cliente que, simplemente, no conoce la industria y se encuentra primero con un traductor chapucero, no se da cuenta de que es chapucero, y se cree que los precios que este traductor le ofrece son los normales?»

          En eso tienes razón, Curri. No se me ocurren argumentos (al menos de momento, je, je) para rebatírtelo.

          «Otra cosa, el colegio (o lo que sea) no nos podrá «salvar» de los clientes extranjeros, pero sí que creo que puede ayudarnos a estar informados. Yo no me he asociado a ninguna asociación hasta hace dos años y medio. Antes de eso, simplemente vivía en la ignorancia. Y, como yo, estoy segura de que hay muchísimos licenciados que no saben por dónde les caen las tortas. Una buena solución sería que toda esta información se diese en la universidad, incluso que les «obligase» a los alumnos a asociarse, pero no todo el mundo ha tenido la suerte de tener un profesor o unos profesores que les hablen de la vida real, más que nada, porque muchos profesores no han pasado por «la vida real» del traductor.»

          También en esto te doy toda la razón y comparto tu punto de vista. Pero también es cierto que hay que ser un poco espabilado y no quedarse sentado a verlas venir, y lo dice una que descubrió la lista Traducción en España, ProZ, Asetrad y tantas otras cosas (algunas antes incluso de terminar la carrera) por su cuenta y mediante el contacto con profesionales que nadie me presentó y que encontré por el camino que yo misma decidí seguir. Pero sí, la universidad sería el lugar idóneo para facilitar esa información a los futuros traductores.

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          1. Yo creo que la mayor parte de clientes compara primero antes de encargar un servicio. Que es posible que haya alguno que contrate al primero que pille, pues sí, pero eso nos puede pasar a cualquiera. Y no podemos basar la creación de un colegio en eso. Tampoco hay colegio de cerrajeros y la gente sabe que barato no suelen cobrar. Así que el problema es en última instancia nuestro. Históricamente la traducción ha sido muy vocacional y casi por el amor al arte. Nos toca a nosotros profesionalizarla.

            Por otro lado, también creo que es normal que haya mucha gente que desconozca cómo funciona la traducción. Yo tampoco conozco los entresijos de muchas otras profesiones. Y en lugar de poner cara de pocos amigos, disfruto mucho desmitificando o mitificando la tarea del traductor, según toque.

            Sobre la labor didáctica de un colegio para los traductores, estoy totalmente de acuerdo con Isabel. Hace unos años quizá no fuera tan fácil, ¿pero a día de hoy? Con buscar en Google «tarifas de traducción», «colegio de traductores», etc. ya hay suficiente material para hacerse una idea de cómo está la cosa. Acabo de hacer una búsqueda sobre tarifas y salen dos entradas de dos blogs que tratan el tema de manera directa. No creo que se pueda fundamentar la creación de un colegio con ese argumento tampoco, ya que si no todas las vías de acceso a la profesión pasan por la universidad, ¿quién va a obligar a los «intrusos» a ir a informarse al colegio? ¿Qué pasa con los traductores que trabajan con clientes extranjeros? ¿Acaso los clientes de todo el mundo piden una colegiación nacional? ¿Cómo se prohíbe a los traductores de países con menor nivel de vida que cobren menos que países como Alemania o Francia?

            Supongamos que cada país creara su colegio de traductores con sus propios requisitos de acceso con prohibición de acceso a los extranjeros que no cumplan con los requisitos (esto antes ocurría con los colegios de abogados, que no permitían la actuación de abogados colegiados de otras provincias), ¿nos gustaría tener que conformarnos con el mercado español con lo poco que se exporta?

            En la universidad lo que se debería enseñar es que la gran parte de traductores trabajan como autónomos y que se debe er la traducción como el negocio que es, con sus cuentas de resultados, balances, etc. Se debe fomentar la cultura emprendedora entre los licenciados. Dudo mucho que entre los estudiantes de Derecho no sepan que la mayor parte de los licenciados en Derecho acaban como microempresarios. Con la Traducción ocurre lo mismo. No hay suficientes trabajos en plantilla ni en España ni en el extranjero para absorber a tantos licenciados, por lo que si quieren dedicarse a la traducción, tendrán que ser autónomos. Pero claro, la mayoría se asusta al escuchar esa palabra. En parte por aquello de que históricamente los traductores eran vocacionales y traducían por amor al arte, en parte porque en este país la palabra empresario tiene unas connotaciones tremendamente negativas. Y así nos va.

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          2. A mí me enseñaron ProZ, APTIC y Asetrad en la universidad. Una profesora nos «obligó» (sugerir, más bien,y nos mostró en clase cómo hacerlo) a hacernos un perfil en ProZ y a registrarnos en la listad e correo de APTIC (bueno, de la antigua asociación, que yo acabé en el 2004). Traducción en España lo descubrí gracias a Nereida González, que me lo contó por Twitter 🙂
            Por desgracia, cuando yo acabé no había mucho en internet. También pasé 3 años por estas tierras sin conexión a internet más que en los cibercafés y en el trabajo (y seguramente durante esos tres años es cuando ocurrió todo el «boom» de internet), con lo cual, poco podía investigar. Pero sí, hoy en día los chavales que empiezan tienen muchísimas más herramientas de las que tú y yo teníamos y sí, estoy de acuerdo contigo con que, en esta profesión (y en muchas otras), el que no se espabila, se mustia y no puede trabajar en esto. A lo mejor tengo la esperanza de centralizar todos los esfuerzos tan impresionantes que están haciendo las asociaciones en uno solo, no sé.

            Pero bueno, tampoco creo que el colegio de traductores nos solucionaría la vida al 100%. Hecha la ley, hecha la trampa. No creo que haya una solución perfecta. O a lo mejor sí, si conseguimos que todos y cada uno de los que trabajan como traductores, ya sea como trabajo principal o trabajo «para mis ratos libres» estén informados de lo que se cuece. Pero eso es imposible 🙂

            Gracias, Isabel, por el debate.

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        2. Interesante tu comentario, Curri.
          Yo también hablé de la misma problemática en mi comentario:
          «Creo que en muchas ocasiones el cliente no tiene conocimientos suficientes para valorar si el resultado es una traducción de calidad o no, pues no conoce el idioma meta y, por tanto, da vía libre a los “pseudo-traductores”, como los llamo yo.»

          En muchas ocasciones, el cliente no conoce ni el idioma ni la temática y suele comparar precios. Por ejemplo: El departamento de calidad de un hotel encarga la traducción de la página web del hotel. El responsable del departamento no tiene por qué saber inglés/alemán/francés ni tampoco tiene que ser experto en marketing ni en textos de carácter apelativo.

          ¿Cuántas veces no hemos escuchado eso de «otro traductor me hace el trabajo por una tarifa inferior»? Al final en estos casos siempre me veo obligada a justifcar mi tarifa y eso cansa. Si un cliente no es capaz de valorar el resultado, lo cual es muy común, es difícil convencerle de que tú lo harás mejor. Hay algunos que entienden tus argumentos y te encargan el trabajo, otros no los comparten y se lo encargan al tradctor que cobre menos (que puede ser buenísimo o no). Y se quedan tan contento con un texto mal traducido (tantísimos que vemos por ahí, solo hay que mirar páginas webs de ayuntamientos, hoteles, oficinas de turismo, etc.), pero que aún así «funcionan», pues el mensaje llega.

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    2. Hola Curri:

      Te respondo por el tema de las asociaciones. Yo no creo que la función del colegio las tengan que asumir las asociaciones ni nadie. Como bien dice Isabel (más arriba o más abajo), ¿qué sentido tiene un colegio cuando el 90% de mi facturación viene de clientes que están en el extranjero? A ver, las tarifas no van a subir porque nos unamos todos en un gran ente del siglo XIX y digamos «solo los colegiados pueden traducir». Eso no sirve para nada, porque frente a nosotros vamos a tener a empresas con más potencia que nosotros y con accionistas a los que términos como calidad o buen trabajo le importan un pito mientras tengan garantizado un 25% de beneficios anual. Esa es la verdadera realidad y eso no vamos a poder cambiarlo creando un colegio ni montando la real asociación de traductores del reino, porque se trata de un problema coyuntural, de sistema capitalista, en el que se pretende que cada año los beneficios sean mayores a costa de que la gente gane cada vez menos.
      Y me he ido un poco por las ramas porque yo sobre lo que quería hablar era sobre asociaciones. ¿Que hay muchas y no sabes a cual apuntarte? Pues está clara la respuesta: a la que te ofrezca mejores servicios. Por ejemplo, yo me he quitado de ASETRAD ahora porque estoy hasta el ojete de que toda la formación que se da (que es lo que a mí me interesa realmente) tenga lugar en Madrid, con cuatro excepciones locas a la norma, mientras que el resto de socios en el territorio nacional tenemos que jodernos y pagar, no solo el curso, sino también hotel y transporte si queremos participar en la asociación. Cuando he comentado por qué es esto así, la respuesta ha sido más o menos que si quería algo cerquita, que lo organizase yo. Cuento todo esto porque el papel de las asociaciones a estas alturas debería ser el de proporcionar servicios a traductores y hacerlo de forma eficiente… y cercana. Un buen caso es el de APTIC o el de La Xarxa (me haría socio encantado de cualquiera de las dos, porque tienen una oferta muy amplia de cursos y son bastante proactivos). A lo que iba: que más que apuntarte a cuatro asociaciones diferentes, quédate con la que mejor te «sirva». Después de todo, a los clientes se la sopla en un 90% y te van a pedir prueba seas de la ATA o de la Guarripeich :D.

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      1. Sí, si eso es lo que estoy haciendo, pero para poder hacerlo, primero tengo que probarlas, y para eso no basta con tres meses de prueba. Yo llevo ya dos años y pico con Asetrad y es solo ahora cuando estoy empezando a opinar como tú, que los beneficios que me aporta son mínimos y que casi todo lo que hacen es en Madrid. Creo que en esto la Xarxa y APTIC, como bien dices, les dan veinte mil vueltas y, sobre todo, se mueven mucho más. Pero fíjate que dices que te encantaría apuntarte. ¿Qué asociación tienen los andaluces? ¿Y los baleares? ¿Por qué ellos no pueden tener una sede de alguna asociación en su comunidad? Es a esto a lo que me refiero con centralizarlo, ya no para que todo se haga en Madrid, sino para que, con el esfuerzo de todos, se puedan hacer cosas en más sitios.

        Lo de que el colegio no solucionará nada, ya lo expliqué después. Que me da igual que se llame colegio o asociación real. El problema es que, ahora, estamos en el mismo caso: gente que es socia de una asociación española pero ni vive en España ni trabaja con agencias españolas. Pos, jomío, para eso, prefiero que sea una asociación grande en vez de tres. La cosa es que puedas decirle a quien sea que tu colegio no te permite aceptar. O sin permitir, simplemente mandarle a la página del colegio (o asociación real) donde diga que se aconseja cobrar de X p’arriba.

        Y, de nuevo, repito: no busco que alguien me solucione la vida, porque llevo toda la vida teniendo que currarme hasta el trozo de bocadillo de nocilla que me robaba mi hermano, así que, simplemente, no sé «criar fama y echarme a dormir». Simplemente pido alguna asociación (o como quieras llamarlo) que me respalde. Ahora mismo, las asociaciones no pueden respaldarnos de esa forma. No les culpo, ni mucho menos. Por eso son asociaciones y no colegios. Por ejemplo, si te encuentras a un médico que está trabajando sin licencia (sin estar registrado en el colegio), el primer sitio al que acudirás para comprobar que es colegiado es el propio colegio de médicos. Todos los médicos tienen que poner su número de colegiado en cada papel que firman. Al igual que los traductores jurados. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo los traductores de otras especialidades?

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        1. «Todos los médicos tienen que poner su número de colegiado en cada papel que firman. Al igual que los traductores jurados. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo los traductores de otras especialidades?»
          Por una razón de peso que ya se dio aquí: médico te haces solamente currándote la carrera de medicina, no hay manera de ofrecer servicios de salud si no has hecho la carrera. Hay muuuuchas vías para ser traductor, la carrera universitaria es solamente una de ellas. Si le exiges a la gente que para colegiarse tienen que tener estudios, estás creando un requisito artificial que no satisface ningún patrón de calidad, porque se puede tener dos masters y ser un mediocre de narices. Y dejas fuera a quién no haga el master aunque ya ofrezca unos servicios que realmente le aportan un valor añadido al cliente final. «Mal no le va a hacer un curso» no, pero lo ha hecho muy bien sin él, por qué imponerle eso?
          Yo no necesito decirle a mi cliente que mi colegio no me deja cobrar menos. He tenido y sigo teniendo muchos problemas para imponer mis tarifas pero si me refugio en un colegio, el cliente se irá a buscar alguien que no esté colegiado y cómo vas a ilegalizar a los no colegiados? Si ya lo tiene chungo Hacienda para detectar la actividad económica que mucha ejerce y es nada más que control fiscal? Imagínate si tienen que ir por ahí viendo si todo lo que se publica o consume está escrito en original o es una traducción hecha por un traductor no colegiado!

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        2. Y otra puntualización: los traductores jurados, hasta la fecha, ni tenemos un número de identificación (aunque hace dos o tres años dijeron que nos asignarían uno) ni tenemos que poner en las traducciones juradas nada más que nuestra firma y nuestro sello.

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      2. Hola, Olli:

        No puedo evitar rebatir tu postura sobre las asociaciones. Si APTIC o La Xarxa son más cercanas, es simplemente porque se trata de asociaciones regionales que, lógicamente, centran su actividad en la región donde están establecidas, mientras que Asetrad es una asociación de ámbito nacional integrada mayoritariamente por traductores residentes en Madrid, por lo que también es lógico que la mayoría de las actividades se hagan allí si es donde más demanda hay. En cualquier caso, no veo ninguna diferencia entre desplazarse a Madrid para hacer un curso de Asetrad y desplazarse a Valencia o Barcelona para hacer un curso de APTIC o de La Xarxa, donde también tendrás que alojarte en un hotel si no vives en esas ciudades o cerca de ellas.

        Por otro lado, las asociaciones no son empresas que deban proporcionar servicios a sus socios. Tú no estás pagando por un servicio, sino por formar parte de una asociación en la que es necesario que todos los socios arrimen el hombro para que funcione. Si la asociación no nos da lo que queremos, tenemos dos opciones (las dos muy válidas): darnos de baja directamente, como has hecho tú (lo digo sin acritud, ¿eh), o esforzarnos por proponer y ayudar en la organización de actividades que creemos que pueden ser interesantes para los traductores de una zona. Y te aseguro que eso es una nimiedad en comparación con el ímprobo trabajo que lleva a cabo la junta directiva.

        De todas formas, para concluir, debo decir que estoy de acuerdo contigo en tu última afirmación: conviene asociarse a la asociación que mejor se adapte a nuestro perfil profesional y nuestras expectativas.

        Un saludo,
        Isabel

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        1. Hola Isabel:

          Yo entiendo tu postura, aunque no estoy de acuerdo. Yo sí entiendo que la asociación debe ser proactiva y preocuparse de que sus cursos se distribuyan con criterios variados, aunque, si hablamos de demanda, te aseguro que aquí en Andalucía hay mucha. Claro, lo que pasa es que es más cómodo hacerlo en Madrid, porque también es cierto que muchos socios son de allí. Ante esto, hay dos opciones: o que la asociación se esfuerce en ampliar esta formación (para algo es la asociación «española») o que modifique su política de precios de cara a la formación: por ejemplo, que los cursos para la gente que viene de fuera sean más baratos con el fin de compensar el esfuerzo que tienen que hacer los socios.
          Y la política de «que los socios arrimen el hombro», sinceramente no estoy de acuerdo en parte. Los socios han de contribuir a la asociación, pero esta tiene que tener la iniciativa suficiente para recoger las opiniones de los socios y de adelantarse a posibles solicitudes. Sobre este tema tengo pendiente entrada, porque creo que puede ser muy interesante contraponer visiones diferentes sobre el tema del asociacionismo (a ver si tengo tiempo para publicarla) :).

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          1. Aquí estoy con Olli. Entiendo que es más difícil «controlar» a los socios de toda España que centrarse en una región, pero si lo que dice Olli de que le dijeron «organízalo tú» es cierto (que no lo pongo en duda, ¿eh?), entonces ahí sí que vería una diferencia. Con APTIC yo he tenido una experiencia muy positiva: les he propuesto varias veces cosas que creo que podrían funcionar, y lo que me dijeron fue que lo apuntan a la lista de propuestas para ver si tiene cabida al año siguiente. En ningún momento se me dijo que me encargase yo de hacerlo.

            Lo que dice Olli sobre los cursos, eso es algo que no he entendido de ninguna asociación. Si hay demanada de cursos en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Bilbao… ¿Por qué no repetir el curso? Al fin y al cabo, si se hace, digamos, en Sevilla, seguramente muchos andaluces se acercarán, con lo cual, entre todos, se paga más que de sobra el hotel del ponente (en caso de que fuese un ponente que resida, por ejemplo, en Madrid, con lo que si el curso se realiza en Madrid, no habría que pagarle hotel). Además, todo se puede proponer. Si se anuncia un curso para Sevilla, se puede decir que se necesita un mínimo de X personas. Si no se alcanza el cuórum, pues se suspende y punto. Pero creo que no habría cabida a eso. piensa que ahora en Andalucía hay ya cuatro (?) universidades que tienen Traducción e Interpretación. Son más universidades que, por ejemplo, en Cataluña (vale que es más grande, pero hace unos años solo se impartía en Granada). Eso quiere decir que hay muchos socios potenciales que no se dan de alta porque no les sale a cuento porque, de todas formas, se perderían muchas actividades.

            De todas formas, esto mismo seguro que se lo podemos pasar a la gente de las asociaciones para que lo pongan en práctica. Seguro que lo agradecen 🙂

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        2. Me he fijado en esto después:
          «Asetrad es una asociación de ámbito nacional integrada mayoritariamente por traductores residentes en Madrid»
          ¿Seguro? Y aunque fuera así, Asetrad no es la asociación madrileña de traductores, sino la asociación española, por lo tanto su política debe ser nacional, no regional.

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          1. Hay muchos cursos que primero se hacen en Madrid y luego se llevan a otros lugares de España. Un buen ejemplo de ello es el Curso de Informática Productiva para Traductores de Xosé Castro, cuya última edición tuvo lugar precisamente en Andalucía, en Córdoba. Y las asambleas de Asetrad, que suelen ir acompañadas de charlas y cursos, siempre se celebran en sitios diferentes: el año pasado en Valencia, el anterior en Sevilla, este año será en Bilbao. En el 2008 se organizaron unas jornadas en Salamanca coincidiendo con el quinto aniversario de la asociación, y el próximo año, para conmemorar el décimo aniversario, es probable que nos vayamos a Toledo. Creo que es un buen ejemplo de movilidad geográfica. En comparación, si miras los cursos de APTIC (la oferta, ciertamente, es muy amplia), verás que se celebran todos en Barcelona.

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          2. En cualquier caso, Olli, los cursos de las diferentes asociaciones suelen estar abiertos a todo el mundo, no solo a los socios, aunque el precio para los no socios es mayor. Así que si hay algún curso que te interese en cualquier ciudad, puedes inscribirte sin necesidad de asociarte.

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          3. Hola Isabel:

            Me respondo a mí mismo porque no me deja el blog añadirte otra respuesta :D. Si te parece bien, voy a sacar tiempo para hablar sobre este tema en una entrada de mi blog, porque así puedo publicar todos los argumentos y creo que el debate va a ser más rico. No es que me escape de la discusión, solo la voy a posponer un poquito 😛

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  12. Voy a ser muy breve, porque este debate me parece que no tiene sentido y que solo está avivado por, como tú muy bien dices, los de siempre (en mi opinión, los que cuando empezaron en esto apenas tenían competencia y ganaban tarifas de dos cifras y que ahora se tienen que joder y apechugar como todo el mundo). En el libre mercado capitalista que nos hemos dado, el intrusismo solo existe en profesiones reguladas por cuestiones de seguridad: medicina y ciencias de la salud, ingenierías, derecho y alguna más que se me escapa. En el resto, cualquiera puede llevar a cabo un trabajo siempre que encuentre a alguien dispuesto a ello. Si se pagan 2 céntimos por palabra no es porque haya traductores dispuestos a ello, es porque algunos clientes lo que quieren no es una traducción, sino un mojón bien grande. Partiendo de que esos clientes no nos interesan, que quien quiera trabaje por esa cantidad y que el resto nos dediquemos a ganarnos la vida con tranquilidad y sin histerismos :).

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    1. Jajaja. Me ha encantado lo de mojón.
      Y, a pesar de todo lo que he puesto abajo, sí, sigo estando de acuerdo con que, al final, somos nosotros los que aceptamos (o no) la tarifa. Pero también me toca mucho la moral que al fontanero nadie le discuta los precios y nosotros tengamos que pasarnos la vida demostrando lo que valemos.

      Not fair! 😉

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  13. Me ha parecido muy interesante tu artículo, Isabel. Gracias por compartirlo.

    Estoy de acuerdo contigo en muchos puntos. Pero quisiera mencionar algunos aspectos que, en mi opinión, no has tenido en cuenta.

    Creo que en muchas ocasiones el cliente no tiene conocimientos suficientes para valorar si el resultado es una traducción de calidad o no, pues no conoce el idioma meta y, por tanto, da vía libre a los «pseudo-traductores», como los llamo yo. Así «sobreviven» muchos traductores mediocres en el mercado que trabajan con tarifas inferiores y ofrecen trabajos de pésima calidad. Para mí sí son instrusos y me molestan, pues muchas veces tengo que explicar al cliente las diferencias entre una traducción hecha por un traductor titulado/con experiencia que por una persona sin cualificación (ya sea lingüística o del campo de especialización).
    Un colegio, en parte, sí regularía la profesión en el sentido de que los encargos de traducción se harían a tradcutores cualificados. Los requisitos de acceso podrían ser varios: pruebas de acceso, titulación universitaria, etc. No tiene por qué haber una única vía que sea exclusiva para titulados universitarios.
    Y no: un colegio no acredita que todos sus miembros sean buenísimos profesionales, pero eso tampoco ocurre con el Colegio de Médicos, de abogados, etc. ¿Por qué existe entonces un Colegio de Médicos? ¿Hay que abolirlo? Pero, ¿entonces cómo te aseguras de que te opera un médico de verdad? A nadie se le ocurriría dejarse sacar una muela por un librero…digo yo….

    No estoy muy de acuerdo con esto:
    «En otras profesiones más reguladas en las que los estudios universitarios son la única vía de acceso a ellas por la formación tan especializada y compleja que imparten (medicina, abogacía, arquitectura…), puedo entender que se hable de intrusismo, pero en una profesión tan liberal y flexible como la traducción, con una titulación universitaria tan reciente, con tantos caminos de acceso y tantas formas diferentes de adquirir los conocimientos y las destrezas necesarios para ejercerla con garantías de calidad.»

    También en el ejercicio de la medicina, la abogacía y la arquitectura, se adquiere nivel a medida que aumenta la experiencia, igual que en la traducción. El título universitario no es nunca una garantía de calidad, pero te da una base sobre la que seguir desarrollándote. Eso es así en todas las carreras universitarias, creo yo. Luego todo depende de uno mismo: de tu capacidad, tu implicación, tu motivación y de tus aptitudes. Pero nunca diferenciaría un abogado o un médico de un traductor. El volumen de materia que estudian en la carrera puede ser diferente, pero nada más.
    He trabajado con abogados recién titulados y yo, como traductora especializada en el campo jurídico, podría haberles dado algún repaso. Nuestra profesión no es menos especializada que las que mencionas y que tienen un colegio, simplemente es un campo del saber muy diferente que abarca conocimientos muy distintos entre sí: lingüísticos, informáticos, de cada campo de especialización, psicológicos, culturales, etc.

    Un abrazo fuerte,
    Fabienne

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    1. Hola, Fabienne:

      Gracias por aportar tu punto de vista. Vayamos por partes:

      – Profesionales mediocres los hay en todos los sectores y es imposible eliminarlos. Los clientes sensatos son conscientes, creo yo, de que un trabajo bien hecho tiene un precio. Las gangas inspiran desconfianza. Si a ti, por ejemplo, te ofrecieran una supercasa en primera línea de playa, con jardín, piscina y cinco habitaciones por 50 000 euros, ¿no pensarías que hay gato encerrado? Es cierto que un precio alto no garantiza que la traducción sea de calidad, pero un precio bajo tiene todas las papeletas para ser sinónimo de traducción mala o mediocre.

      – Respecto al colegio, copio a continuación lo que ya dije en el blog El placer de traducir, de Cristina Aroutiounova:

      Aun a riesgo de resultar cansina, voy a repetir una vez más los argumentos por los que la creación de un colegio profesional de traductores (así, en general) es inviable:

      1) ¿Qué condiciones habría que cumplir para poder colegiarse? ¿Ser licenciado en TeI? ¿Qué hacemos, entonces, con los miles de traductores (muchos de ellos magníficos) que no son licenciados en TeI? ¿Estar colegiado sería una condición imprescindible para poder ejercer? En tal caso, ¿cómo se controlaría que realmente ejercieran solo los traductores colegiados? ¿Y qué sentido tendría eso si fuera de nuestras fronteras cualquiera puede ser traductor?

      2) ¿Qué garantía supondría el colegio para los clientes? Si el objetivo es velar por la calidad de los trabajos de los traductores, debería haber una prueba de nivel o algo así con el fin de comprobar que los traductores que se colegian realmente son buenos profesionales, porque ser licenciado en TeI o haber hecho tal o cual curso no lo garantiza, aunque sea un punto a favor. Pero, aun en ese caso, y dado que competimos en un mundo globalizado, ¿qué impediría que los clientes recurriesen a traductores (mejores o peores) de otros países?

      3) Lo mismo para las consabidas tarifas. Aparte del hecho de que los colegios no pueden establecer tarifas vinculantes ni orientativas, no serviría de nada que lo hicieran aunque pudieran. Imaginemos el siguiente panorama en el hipotético caso de que existiese un colegio de traductores: Fulanita Pérez es una traductora española que trabaja y reside en España y, por tanto, debe estar colegiada para poder ejercer. Fulanita se adhiere al código deontológico, a los estándares y a las tarifas impuestos por el colegio. Menganita Martínez, en cambio, es una traductora española que reside y trabaja en Alemania y, por tanto, no tiene que estar colegiada para poder ejercer. Como consecuencia, fija las tarifas que considera oportunas, que casualmente son más baratas que las de Fulanita Pérez. ¿Quién va a impedir que el cliente español XYZ contrate los servicios de Menganita Martínez, más baratos, en vez de los de Fulanita Pérez? ¿Quién va a impedir que los traductores no colegiados de otros países establezcan tarifas irrisorias?

      Estos son solo algunos de los interrogantes que plantea esta cuestión. Ojo, estoy hablando de la traducción en general, y no de la traducción jurada o judicial, por ejemplo, que quizá sí convendría regular más, aunque dudo que un colegio sea la mejor solución. El mercado filtra a los buenos profesionales y deja fuera a los que no lo son. Además, hay que meterse en la cabeza de una vez por todas la idea de que desempeñamos una profesión liberal y de que competimos a nivel internacional, no a nivel local o nacional. Nuestro ámbito de actuación no es España, y nuestros clientes no tienen por qué ser españoles. Así pues, crear un colegio en España no serviría absolutamente de nada para regular una profesión cuyo radio de acción se extiende más allá de nuestras fronteras y en la que intervienen profesionales de todo el mundo. Sí defiendo el asociacionismo, el contacto entre profesionales y el flujo de información para ejercer nuestro oficio de la mejor manera posible para todos, pero la creación de un colegio me parece poco menos que intentar ponerle puertas al campo. El mercado de la traducción es una jungla, sí, pero igual que lo es el mercado de cualquier otro producto o servicio. Debemos luchar por ser buenos en nuestro trabajo y conseguir las mejores condiciones laborales posibles, pero eso solo está en nuestra mano y en la forma de gestionar nuestro negocio. Así es la profesión que hemos elegido.

      —–

      Y vuelvo a repetir: ¿quién debería colegiarse? Un colegio solo tendría poder de actuación dentro de España. ¿Cómo vamos, pues, a obligar a que todos los traductores que traduzcan al español de España se colegien o sean licenciados, cuando muchos de ellos no viven y ni siquiera han estudiado en España? ¿Y qué haríamos con los traductores que viven y trabajan en España, pero traducen a otros idiomas extranjeros? Ah, y eso sin contar el hecho (que no hemos mencionado todavía) de que estar colegiado supone pagar una cuota anual, que lógicamente encarecería nuestros servicios con respecto a los de otros traductores que residen y trabajan fuero de nuestro país.

      – Por último, creo que carreras como medicina o arquitectura no son comparables con traducción. No digo que la nuestra sea inferior a aquellas; simplemente, los conocimientos y las destrezas necesarios para ser traductor se pueden adquirir de muchas maneras, incluso de forma autodidacta, mientras que para ser médico o arquitecto difícilmente podrás formarte por tu cuenta. Ahí radica, creo yo, la principal diferencia.

      Un saludo,
      Isabel

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  14. Estoy totalmente de acuerdo contigo, Isabel. Desgraciadamente, creo que el miedo al «intrusismo» es algo que se inculca en las distintas facultades de Traducción, fundamentalmente por la rivalidad que suele existir con las facultades de Filología. Yo también salí de la facultad repitiendo la cantinela de los intrusos y creyendo que el colegio era la solución a todos nuestros males, pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo importante es la profesionalidad, no el título que tengamos.

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    1. Esa es la conclusión a la que todos llegamos tarde o temprano, Elena. Y una vez que te centras en mejorar como profesional y dejas de preocuparte por que otros te «quiten» trabajo, se trabaja mucho más a gusto y se ven las cosas con más optimismo.

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  15. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que la experiencia es un grado, pero los errores a los que me refiero tampoco los detecta un traductor «de letras» con años de experiencia. Me refería a errores de tipo técnico como valores de intensidades, direcciones de corriente en un circuito, tipos de carga y cosas de este tipo.

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  16. Muy de acuerdo, Isabel, en que lo del intrusismo es un recurso de la mediocridad y del temor a que otros te quiten el trabajo. El mercado termina poniendo a cada uno en su sitio. Creo que cualquiera de nosotros prefiere competir con alguien de mayor nivel (incluidos los precios) porque así puedes intentar igualarlo. De nada sirve competir con perfiles a la baja.

    Por otro lado, me hace mucha gracias que se sea tan tremendista en nuestro sector —uno de los más tremendistas y apocalípticos que conozco—, cuando el perfil del traductor, filólogo, lingüísta y otras hierbas similares es uno de los que tiene mayor capacidad de intrusión en otros sectores por su herramienta de trabajo, y de ello tenemos numerosos ejemplos.

    Para finalizar, es tremendamente cierto que el título, sea el que sea, no vale de nada si luego rascas y ves que debajo de la superficie no hay esfuerzo, vocación y compromiso.

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  17. Hola Isabel:

    Muy interesante tu artículo, lo comparto casi todo con algunos matices. No creo que todos los que defienden la creación del colegio lo hagan con esos motivos que tu expones, aunque yo no esté de acuerdo con la idea, y la realidad es que ese tipo de «traductores chapuza» sí que influyen en el mercado (no en todo, pero en parte) y de ahí viene la queja, incluso de aquellos a los que esto no les afecta directamente. Estoy de acuerdo en que esa influencia no hace imposible ganarse bien la vida si tienes talento y algo de suerte. De todas formas, es un problema mayor que viene de una cierta actitud empresarial que empieza a ser cada vez más salvaje y no creo que se reduzca a nuestro campo. Es que estamos perdiendo el punto medio, en general.

    De todas formas, creo que contra eso hay que luchar de otras maneras. También soy de las que no está nada convencida con la idea de los colegios, ya que conozco las situaciones que estos mismos generan en otras profesiones y no creo que beneficien a una gran parte del colectivo. Y por supuesto por eso que comentas: no hay más intruso que un traductor que no protege y valora su profesión, y de esos con título conozco a unos cuantos cientos.

    Un saludo,

    Nieves

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  18. Yo vengo de una carrera técnica y me dedico a la traducción técnica desde hace dieciséis años. Más de un cliente me ha dicho que para este tipo de traducciones prefieren a ingenieros por razones obvias. En varias ocasiones he encontrado errores en manuales técnicos que el cliente corrigió después de mis observaciones. Un licenciado en traducción no está en condiciones de aportar ese valor añadido. Hay muchos tipos de traducción y creo que el traductor óptimo depende en buena medida del tipo de texto a traducir. Hace poco revisé el manual de una cámara de fotos que no estaba mal traducido (en el sentido de tener fallos garrafales), pero se notaba a la legua que el traductor no conocía el mundillo fotográfico…¿quién traduce mejor un manual de este tipo, un fotógrafo o un licenciado en traducción sin conocimientos de fotografía? Yo no tengo ninguna duda de que el traductor ideal es el primero.

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    1. Yo tampoco tengo dudas al respecto, Paco, aunque puntualizaría un par de cosas:

      «¿quién traduce mejor un manual de este tipo, un fotógrafo o un licenciado en traducción sin conocimientos de fotografía?»
      Está claro que el fotógrafo estará en condiciones de traducirlo mejor porque comprenderá en profundidad el texto, pero para que la traducción sea óptima debe tener también, obviamente, unos buenos conocimientos lingüísticos y una estupenda capacidad de redacción. No valdría, pues, cualquier fotógrafo (sé que no has querido decir eso, pero lo aclaro de todas maneras).

      «Un licenciado en traducción no está en condiciones de aportar ese valor añadido.»
      Yo diría más bien «un recién licenciado en Traducción». La experiencia y la formación autodidacta te aportan una serie de conocimientos especializados de diversas materias que, si bien no pueden equipararse con los de alguien que haya cursado una carrera técnica, sí son más que suficientes para comprender y traducir los textos con calidad (aunque depende, claro está, de la complejidad del texto).

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    2. Lo ideal es que la traducción la realice el Traductor universitario y luego ésta debe pasar por un revisor temático. En ese caso se puede contratar a un ingeniero o cualquier experto en el área.
      La carrera de traducción, en su malla curricular, tiene las asignaturas de español, gramática contrastiva, redacción y estilo, lingüística, por nombrar algunas… Un ingeniero o un médico no tienen esos conocimientos (poseen sólidos conocimientos técnicos).
      Como traductora y correctora de traducciones encuentro errores de ortografía y de puntuación en traducciones realizadas por gente que no es traductor.
      Pilar.

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    3. Sin ofender tu posición, Paco, muchas de las cosas que has señalado anteriormente se me hacen demasiado discutubles. Sin duda, y si llevas dedicándote a la traducción técnica desde hace dieciséis años, debes ser bueno en tu trabajo. Sin embargo, no comparto completamente la opinión de tu cliente: «prefieren ingenieros por razones obvias». Ese señor debería saber que un traductor no traduce solo. De hecho, para llegar a una buena traducción, creo que uno de los requisitos principales sería contactar y consultar a expertos ACTUALIZADOS sobre el tema que tengamos que pasar a una lengua meta. Y digo expertos ACTUALIZADOS porque aunque muchos no lo crean, y mucho menos, los practiquen, tras la universidad empieza una nueva carrera en la que si queremos ser buenos en lo nuestro, no deberíamos acabar nunca. Hay que estar al día e investigar, no conformarnos con lo que sabemos, precisamente porque eso… ya lo saben todos. Porque, por muy difícil que te parezca… ¡hasta los traductores lo sabemos!
      La labor de un traductor óptimo, como tú lo llamas, es precisamente aportar ese valor añadido a la traducción, simplemente por tratarse de un ser especial. Nuestra misión, traducir textos, exige un conocimiento transversal a lo Da Vinci, unos conocimientos de base muy amplios que nos permitan entender las alusiones culturales y las intenciones de textos plagados de sobreentendidos incluso para los lectores de la cultura original.

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    4. No estoy de acuerdo en que un ingeniero sea necesariamente un buen revisor porque conozca el tema: tiene que saber escribir y eso no lo enseñan muy bien en las facultades de ingeniería, precisamente porque están ocupados enseñando ingeniería. Que nadie me diga que se supone que la gente que accede a la universidad tenga ya competencias semejantes. Es una utopía tan bonita que me pongo a llorar de emoción. Trabajé durante 4 años en una facultad de ingeniería, leí cosas escritas por espécimenes con dos doctorados en ciencias técnicas que hacían gala de una lengua digna de los peores bares de mi pueblo. Lo ideal, me parece, sería alguien que fuera un profesional de la lengua, por vía académica o no, y tuviera experiencia y conocimientos profundos del tema. Tiene que saber del asunto y utilizar el español de Cervantes, no el de Rocinante, por huevos. Y me da igual donde aprendió las dos cosas: facultad de traducción, de ingeniería o sentado en la biblioteca leyendo como un poseso.

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    1. No creo que se manche en sí el nombre de la profesión, sino que cada individuo se encarga de mancharse el suyo. Como bien dijo Isabel, hemos de ser conscientes de la importancia que conlleva nuestro trabajo y desempeñarlo con la mayor responsabilidad y diligencia. De hecho, no me parece que esa gente, esos a los que llaman «intrusos» nos quiten el trabajo ni mucho menos. Además, si no hicesen, seríamos nosotros, los «traductores licenciados o graduados» los que deberíamos de pararnos a reflexionar para ver qué nos falta, qué ofrecen ellos que nosotros no podamos ofrecer. Por supuesto, no me refiero solo al dinero, ya que cada uno es libre de negociar sus tasas. Pero, no olvidemos que el simple hecho de ESTAR LICENCIADOS O GRADUADOS NO IMPLICA SER LOS MEJORES, SER no ya el mejor, sino BUEN o MAL TRADUCTOR o INTRUSO (¡sin diccriminación!) HAY QUE GANÁRSELO.

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  19. Para mí el intruso siempre ha sido el de: «como sé inglés, hago esta traducción y me saco unos durillos». Esa persona que no respeta la profesión. Ese es el verdadero intruso según mi modo de verlo. Y, sí, estoy de acuerdo contigo en que esas personas no son competencia. Ofrecen algo diferente a lo que damos nosotros. 😉

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  20. Hola Isabel:

    Me gusta mucho el artículo, estoy de acuerdo en muchas de las cuestiones que planteas y también considero que puede ser un buen punto de partida para un debate amplio, razonado y razonable sobre la necesidad de tener o no un colegio y sobre el mal llamado «intrusismo» en la traducción.

    Desde hace tiempo y ante las distintas voces que reclaman un colegio de traductores e intérpretes, siempre he considerado que me faltan argumentos suficientes para defender tanto una postura como la otra y, cuando trato de buscar dichos argumentos en otros sectores, veo que muchos colegios de profesionales están fracasando estrepitosamente con respecto a los servicios que ofrecen a sus colegiados y que, además, en muchos casos, formar parte de un colegio únicamente supone más burocracia. Por ejemplo, en el caso del Colegio de Traductores Públicos de Argentina, según me comentaban, para que una traducción jurada tenga carácter de oficial, hay que sellarla en el colegio. Este trámite supone un gran impedimento y contratiempo para muchos clientes, además de para el traductor, ya que supone añadir burocracia a una traducción que, en muchas ocasiones, tiene carácter de urgencia.

    Con respecto al intrusismo, estoy muy de acuerdo contigo también. Ahora bien, es cierto y entiendo perfectamente la indignación que genera -y lo digo con conocimiento de causa, dado el gran número de extranjeros que reside en Canarias- el hecho de que gente sin formación -y no me refiero exclusivamente a licenciaturas en traducción o en cualquier otra materia- trate no tanto de quitar clientes sino de entrar en un sector como el nuestro por la vía de la reducción de precios. Aunque no sea ese el ámbito en el que debemos competir, sí que, en cierto modo, nos afecta a todos. Por desgracia, la calidad no siempre se aprecia de igual manera, especialmente cuando el cliente únicamente quiere que alguien le saque de un apuro momentáneo.

    Dicho esto, estoy de acuerdo contigo en que no hay que tener a los mal denominados «intrusos», sino que hay considerarlos partes del paisaje. Muchos pensaban que no había intrusismo en sectores en lo que la formación específica es imprescindible, como la odontología, y estamos viendo que sí que los hay, con lo que ello supone para la salud de los clientes que en ellos ponen sus manos. Ante esta situación, convengo contigo en que la receta es profesionalidad y responsabilidad.

    Por último, gracias por invitarnos a esta reflexión, que merece un debate amplio, tal y como te decía al principio, y que espero podamos acometer pronto.

    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu extenso comentario, Tenesor. Un par de aclaraciones:

      – Coincido contigo en que los colegios no hacen más que aumentar la burocracia y entorpecer el ejercicio profesional. Precisamente en un momento en el que los colegios tienden a desaparecer (http://bit.ly/yz2QDR), no tendría sentido crear uno para «regular» una profesión tan diversa, heterogénea y globalizada como la traducción. En mi opinión, es como querer ponerle puertas al campo.

      – A mí también me indigna que haya gente no cualificada que intente entrar en nuestro sector reduciendo precios, pero una vez pasados esos segundos de indignación espontánea, no pierdo más el tiempo pensando en ellos. Estoy convencida de que es imposible mantenerse en el mercado si no reúnes ciertas cualidades y ofreces un buen servicio, a menos que te conformes con subsistir en algún segmento poco atractivo trabajando para clientes menos atractivos aún. Es imposible evitar que haya todo tipo de traductores, de igual manera que es imposible evitar que haya todo tipo de clientes. Que cada uno elija qué traductor contratar o con qué cliente trabajar en función de sus necesidades y aspiraciones.

      Un fuerte abrazo desde la Península,
      Isabel

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      1. Hola Isabel:

        En primer lugar, mis comentarios -lo siento- son siempre extensos.

        En segundo lugar, estamos de acuerdo.

        Con respecto a los colegios, me parecen instituciones en cierto modo anacrónicas, fundamentalmente porque la globalización, Internet y otras prácticas y situaciones han cambiado la realidad de manera profunda. A menudo, muchos de los abogados y médicos con los que trabajo me cuentan lo que ocurre en sus respectivos colegios profesionales y mi pregunta siempre es la misma: ¿cuál es el beneficio? Considero que, para muchas de nuestras reivindicaciones, una unión férrea y consciente de aquello por lo que se lucha podrían ser más que suficientes.

        Con respecto a la parte del -repito- mal denominado intrusismo, estoy también de acuerdo contigo en que no hay que perder el tiempo en dedicárselo a gente que intenta entrar en un sector dando palos de ciego. Coincido contigo en que, si no se ofrece unos mínimos de calidad y de conocimientos, esos «profesionales» están destinados a fracasar tarde o temprano. Ahora bien, cuando decía que entiendo la indignación, me refería a casos concretos de empresas cuyos nombres no vamos a mencionar que han introducido en el mercado profesional y, sobre todo, en los ámbitos públicos, a personas con baja cualificación por unos honorarios de miseria que, además de no ofrecer un servicio medianamente aceptable, desvirtúan los servicios públicos de traducción e interpretación y, por si fuera poco, imponen unas tarifas que acaban afectando a los profesionales de verdad. Por ejemplo, en el servicio de interpretación judicial de Canarias -que, dicho sea de paso, funciona bastante bien gracias al buen hacer de la persona que lo coordina-, hace aproximadamente un año redujeron las tarifas de los intérpretes judiciales amparándose en los servicios subcontratados de otras comunidades. Ante la queja de los profesionales, que justificábamos nuestra protesta en los gastos sociales, de desplazamiento, etc. a los que estamos sujetos, la directora general llegó a decir que «si no lo hacen los profesionales, otros lo harán.» Está claro que este problema no es de intrusismo, sino de supuestos beneficios económicos. Estarás de acuerdo conmigo en que, a la larga, la argumentación de dichos beneficios caerá por su propio peso.

        En tercer y último lugar -por ahora-, lamento haber cambiado el tema de la discusión. Creo que es un debate amplio, rico y necesario. Te felicito por haberlo abierto.

        Un abrazo y estamos en contacto.

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        1. Que conste que lo de extenso comentario no era un reproche por el que debas disculparte. 🙂

          Respecto a los servicios de traducción e interpretación en la administración pública, la responsabilidad de la situación no recae solo en las empresas que proporcionan esos pésimos servicios, sino también en quien los contrata sin importarle si son prestados por profesionales y en qué condiciones. Si a la administración pública le da igual la calidad de los servicios de traducción e interpretación y solo mira la pela, hay dos desenlaces posibles: que tarde o temprano se dé cuenta del pésimo servicio que ha contratado y recurra finalmente a profesionales serios que hagan su trabajo en condiciones (y que, por tanto, cobrarán una tarifa en consonancia) o que pase olímpicamente de la situación porque lo que le interesa es que el servicio le salga barato, en cuyo caso no queda más opción que pasar por el aro o mandarlos a paseo, con o sin queja de por medio. Yo confío en que, como bien dices, a la larga el argumento de los beneficios caiga por su propio peso.

          Gracias por avivar el debate, Tenesor, y mucha suerte en tu lucha contra los «intrusos». 😉

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          1. Es probable que me haya expresado fatal. Por ello, solo quiero matizar que yo no libro ninguna lucha contra nadie y que, además, no suelo utilizar el término intruso ni ningún otro término similar para calificar a quienes pretenden ganarse la vida con mayor o menor conocimiento de un sector. Creo que, a fin de cuentas, es una cuestión de concienciación por parte de todos los sectores implicados: profesionales, clientes, administración pública, empresas, etc.

            Saludos.

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          2. Creo que la que se ha expresado mal he dicho yo, Tenesor. Lo de la lucha era una forma de hablar; tan solo quería desearte que no te veas perjudicado, de una forma u otra, por el trabajo de traductores poco profesionales.

            Un saludo,
            Isabel

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